martes, 30 de noviembre de 2010

CUENTOS DE TERROR DE UNA EX ALUMNA PREMIADA

El año pasado, en el instituto donde un servidor impartía clases, los de Castellano escogimos a 9 alumnos de 2º de ESO para que participaran en un concurso de relatos breves organizados en toda Catalunya por la Coca-Cola. Y, para nuestro orgullo, de los creo recordar que siete u ocho primeros premios (de un total de cientos de participantes), dos fueron para dos alumnas nuestras. Aquí os dejo dos cuentos de miedo de una de ellas, MARIA SERRAT. Ya que muchos me habéis enviado vuestros propios cuentos de miedo, aquí tenéis los de una alumna de otro instituto. Podéis leerlos y disfrutar de ellos, comparar con los vuestros, quizá pasar un poco de miedo y, sobre todo, espero que animaros a seguir escribiendo vuestros cuentos (como Maria sigue haciendo), vuestras historias, cómics..., todo lo que sea dar rienda suelta a vuestra CREATIVIDAD e IMAGINACIÓN.
Ahí van los dos cuentos:
 
CUENTO 1: OSCURA PESADILLA
Era una mañana bastante soleada. Iba tranquilamente por la calle. De repente escuché como alguien parecía seguirme, entonces pude sentir como un gran escalofrío recorría mi cuerpo. Notaba como me iba paralizando con cada paso que daba. Tenía mucho miedo pero aun así continué andando.                                                                                                                                                              
 Entonces pude ver que había una gran puerta abierta y me adentré en ella. Aquel sitio era oscuro y frío. Parecían unas galerías pero no estaba del todo segura. Habían muchas cajas amontonadas, unas encima de las otras. Me entró un poco de curiosidad y cuidadosamente abrí una de ellas. Dentro parecía haber unos frascos con un líquido bastante transparente. Parecían llevar unas etiquetas enganchadas y leí una. Allí ponía “Bálsamo hidratante, te dejará la piel como nueva”. Estaba tan concentrada pensando en donde me hallaba  que no me di cuenta de que las puertas parecían cerrarse con un gran chirrido. En ese momento el miedo se apoderó de mi. Estaba allí sola a oscuras y nadie me podía ayudar.                                                                                                                 
  En ese preciso instante pude escuchar un rugido sordo. Procedía del fondo de aquella galería tan terrorífica. En un segundo pude percibir la forma corporal de alguien. Pero ese alguien no podía de ser del todo humano. Su cuerpo era esbelto y escultural. Su rostro era bello y con un esplendor que te dejaba sin aliento. Sus ojos eran hermosos y rojizos pero a la vez te daban aquella sensación de terror y su cara no parecía reflejar ningún sentimiento.                                                                                                                       
   Él pronunció algo en un mormullo pero no lo pude comprender, estaba demasiado asombrada para poder reaccionar o pensar.                                                                                              
Aquel silencio sepulcral de repente desapareció. En un abrir y cerrar de ojos pude ver como se habría un gran agujero negro debajo de nosotros.  Aquello era impresionante. Me sentía sorprendida pero a la vez aterrada. Todo lo que me estaba pasando no era normal. Absorta en mis pensamientos no me di cuenta que estaba cayendo en aquella cosa. De repente llegamos a un sitio rocoso. Aquellas rocas eran ardientes como el fuego y aquél lugar desprendía un calor abrasador.                                                                            Aquel monstruo me había llevado a un sitio extraño para mí y no sabía que hacer. En cuanto a aquella bestia, ya se había movido como si aquel fuese su lugar de origen, en cambio, yo todavía no había podido articular ningún musculo. Continué mirando a mi alrededor. Todo parecía vacio y cada vez tenía más y más calor.                                                                                             
Me volví a fijar en aquella bestia y vi que me estaba mirando fijamente. De repente se giró y vi como se transformaba. Ahora llevaba una capa larga de un rojo muy potente. Su cara había cambiado, tenía una expresión maliciosa y pude ver cómo le sobresalían unos colmillos bien afilados.                                            
 Estaba aterrorizada, aquello era el infierno de verdad. Continuaba sin poderme mover de donde estaba. Él se acercaba hacía a mi.                                                         
Comencé a correr de una forma torpe. No era muy rápida y aquel sitio parecía un laberinto. Cada vez me costaba más respirar, me estaba quedando sin fuerzas. De golpe me percate de su presencia. Estaba justo a mi lado. Ahora ya estaba perdida y mi muerte estaba asegurada. Él me agarró con fuerza por el brazo y me miró fijamente. Su mirada era penetrante y me estaba quedando sin respiración.                                                                                                                             
 Cuando estaba a punto de desmayarme un rayo de luz muy potente atravesó aquellas paredes rocosas. Algo o alguien me cogió de los hombros y me subió hacia arriba. Al reaccionar vi que estaba otra vez en aquellas galerías tan oscuras. Me dirigí hacía la puerta y en cuanto la empuje se volvieron a abrir con un gran ruido. Mire hacía el horizonte y pude ver el crepúsculo del anochecer. Estaba viva y la pesadilla que había vivido ya se había acabado. Pero todavía quedaba el gran misterio. ¿Quién me había salvado?
 
CUENTO 2: LA APUESTA
Todo comenzó con una ridícula apuesta que nunca tendría que haber echo. Aposté con un compañero que era capaz de pasar una noche en el bosque de la venganza, pero no yo solo sino con una de mis amigas. Ella aceptó y yo también.
El bosque de la venganza era un bosque cercano al pueblo. Durante muchos años había corrido el rumor de que allí se había derramado mucha sangre, todo por sed de venganza. Todo aquel que había estado allí nunca había vuelto a ser visto.
Nadie sabía que les había pasado a aquellas personas. Todos le habían cogido miedo a aquel lugar y nadie más se había atrevido a ir de noche, menos los más valientes. 
Entonces aquella misma noche mi amiga y yo fuimos a aquel bosque. Todo estaba muy oscuro y no se veía casi nada. Nosotros nos escondimos detrás de un pequeño árbol y allí preparamos nuestros sacos de dormir y la hoguera. Se escuchaban ruidos cerca de allí pero hasta el momento ninguno de los dos estaba aterrado. Los dos nos quedamos dormidos, hasta que escuchemos un ruido que nos sobresalto. Aquel ruido era de gritos, de disparos, como de gente huyendo de su asesino. Los dos nos miramos a la cara. Estábamos muy asustados. Y si todos aquellos rumores eran ciertos? Entonces mi amiga comenzó a chillar. Dirigí mi mirada hacia la de ella y vi que delante nuestro había una chica con un vestido blanco manchado de sangre. Ella estaba totalmente pálida y sus ojos estaban en blanco. Me asusté, cogí la mano de mi amiga y comenzamos a correr. Aquello no podía estar pasando. Aquella chica era un fantasma o tan solo una ilusión? Mi amiga estaba aterrada y todo por mi culpa. Los dos estábamos escondidos, en silencio, contemplando por si veíamos algún otro espíritu. Yo me giré un segundo y cuando volví a mirarla ella ya no estaba. Mi mejor amiga había desaparecido pero yo ni siquiera lo había notado. Estaba exhausto y confuso. Nunca había tenido tanto terror como en aquel momento. Corrí sin rumbo para encontrarla pero no había ni rastro de ella.
Seguramente el fantasma de aquella chica se la había llevado. Por un instante pensé que todo aquello debía de ser una pesadilla y que cuando me despertase al día siguiente todo volvería a la normalidad. Me pellizqué y noté el dolor en mi propia piel. Aquello no era una pesadilla, era la cruda realidad. Mi amiga había desaparecido y me quedaba muy poco tiempo hasta el amanecer. Una vez salido el sol no podría hacer nada. Las almas con sed de venganza desaparecerían. Absorto en mis pensamientos no me di cuenta de que alguien decía mi nombre. Siguiendo la voz que me llamaba llegué hasta un claro del bosque. Allí me encontré a aquella chica. En sus brazos llevaba a mi mejor amiga. Ella también dirigió la mirada hacia mi amiga y dijo las siguientes palabras, unas palabras que nunca podré olvidar: -Ya nos hemos vengado de los no muertos. Tu amiga ahora esta con nosotros y lo estará para siempre. Su alama nunca podrá descansar en paz y vagara por los tiempos de los tiempos en este bosque, donde nadie se atreverá a entrar. Aquel que lo haga acabará como ella. Muerta.
Entonces ella extendió su cuerpo en el suelo y desapareció. Intenté correr hacia mi amiga pero el cuerpo no me respondía. Sentía miedo, amor y sobretodo dolor. Como había sido capaz de llevarla allí y dejar que muriera en manos de un fantasma? Cómo?
Me acerqué a su cuerpo inmóvil en el suelo. Estaba tan pálida. Tan solo tenia una apuñalada en el pecho que ya había parado de sangrar. Chillé con todas mis fuerzas. Estaba muerta. Ya no respondía a mi llamada, su corazón había dejado de latir para siempre. Pero de repente delante mio apareció otro espíritu. Era el de ella. Aún muerta estaba hermosa. Llevaba un vestido largo y blanco, aunque manchado de sangre y dejando a la vista su herida. Se acercó a mí y me susurró al odio la siguiente frase: -No te culpes de mi muerte. Tú no me has matado. Ha sido ella. Tenía sed de venganza. No sufras siempre me llevaras en tu corazón. No ha sido una muerte muy dolorosa. Tan solo noté como se me clavaba algo en el pecho y como dejé de ver el mundo. Entonces me desperté y me vi a mi misma. No te culpes. Recuerda que yo siempre te he querido y te querré, así que supongo que esto será una despedida. Adiós.
Antes de irse del todo me dio un beso en la mejilla. Noté su calor y cariño. Pero aun así yo todavía no podía reaccionar. Al primer rayo de luz volví en si y cogí su cuerpo en brazos. Caminé sin rumbo ninguno hasta que vi el pueblo y a allí me quedé.  
 
 

martes, 23 de noviembre de 2010

4º ESO: EXAMEN DE LOS MEJORES RELATOS FANTASMAGÓRICOS


Este jueves volveremos a vernos las caras, así que, recordad, el examen de la lectura obligatoria, Los mejores relatos fantasmagóricos, será este jueves 25 de noviembre para todos los grupos de 4º de ESO. Así que... feliz y terrorífica lectura a todas y todos.

jueves, 4 de noviembre de 2010

1º BACHILLERATO: TRABAJO SOBRE "EL LÁPIZ DEL CARPINTERO"

El trabajo sobre la lectura obligatoria del primer trimestre, EL LÁPIZ DEL CARPINTERO, de Manuel Rivas, consiste en las preguntas que aparecen debajo. La fecha límite para entregar las respuestas (por vía correo electrónico o escritas a mano si no tenéis acceso a Internet) será el MARTES 23 DE NOVIEMBRE (No se aceptarán trabajos entregados o enviados más allá de esta fecha).
Las preguntas que tenéis que responder son las siguientes:

1. Resume en un máximo de 300 palabras (unas 30 líneas aprox.) el contenido de la novela.
2. Describe a los personajes principales.
3. Analiza la figura del narrador (o narradores) en la novela.
4. ¿Qué punto de vista crees que sostiene el autor sobre la guerra civil española? ¿Qué aspectos o elementos de la novela te permiten deducirlo?
5. Unamuno, escritor de la Generación del 98, definió la intrahistoria como el relato de las vidas cotidianas de los seres sencillos en diversas épocas de la historia (es decir, cómo vivía en una determinada época la gente sencilla, la masa de los ciudadanos), en contraposición a la historia, centrada en el relato de los granes acontecimientos y de los poderosos (reyes, políticos, etc.). ¿Cuál de las dos perspectivas es la dominante en El lápiz del carpintero, la histórica o la intrahistórica? Justifica tu respuesta.

martes, 2 de noviembre de 2010

CUENTOS Y LEYENDAS DE TERROR DE ALUMNOS: FELIZ POST-HALLOWEEN A TODOS


Aquí os dejo un par de relatos de terror de compañeros vuestros, para mantener vivo, después de la celebración de Halloween, el gusto por las buenas historias de miedo.
RELATO DE LIDIA MONTES: 

La verdad, esto no se a quien le ha pasado, pero voy a escribirlo…
En aquel parque anocheciendo, donde se juntaban a jugar a cartas entre las estrellas, había siete bancos, siete bancos que siempre iban variando para sentarse, un día en el más viejo, otro día en el recién pintado… Todos esos bancos están llenos de recuerdos, risas, juegos, besos, abrazos, cabreos, peleas… Esto forma parte del pasado, pero de un pasado muy reciente, el cual aún recuerdan con nostalgia Paulina, Mirta y Lía.
Cuando llegan otra vez, solas ellas, esperan impacientes, otra vez más a que lleguen los amigos que faltan. Cuando están ahí sentadas, con las cartas en mano, y jugando con mucha dedicación, ven al fondo de la calle mas estrecha que da a ese parque, algo extraño, algo que no habían visto antes. Aparece como una onda muy extraña en el aire, esas que aparecen cuando hace muchísima calor en un sitio cerrado, cuando empiezas a ver doble y crees que te mareas. Algo extraño que no saben porque aparece ahí, ya que en esa noche hacia una calor más bien suave, con un poco de humedad, pero apenas sin notarse. Desaparece esa onda, y en un momento, ellas creen que no deben hacer caso, deben ser imaginaciones, ya que entre ellas tenían un ambiente animado, entre bromas y risas con el juego.
De repente, Paulina se gira y ve que en ese callejón hay algo, que lo de esa onda no era una imaginación. Deciden acercarse, y de repente Mirta, empieza a no sentir sus muñecas ni sus tobillos, llora, llora desconsoladamente; deciden irse de aquel lugar. Por el camino empieza a recuperarse, y empieza a contar a sus amigas… He visto a un niño, un niño pequeño, no tenía pies, y quería decirme algo, algo que no entendía, me daba su mano; no podía creerlo, era un niño sin pies, no podía creer lo que veía. Esa noche ella y Lía, durmieron juntas, en casa de Lía, ya que no podía dejar a su amiga sola, en ningún momento, después de lo que había pasado, no podía. Esa noche Mirta, acabó durmiendo, ya que estaba agotada de tanto llorar, y tanto disgusto le hizo dormir.
Al día siguiente, volvieron a aquel parque. Sin ningún miedo, ya que ellas no creían en ese tipo de cosas, aunque aún seguían asustadas. La madre de Lía, cuando hablaba con su hija siempre le contaba que los fantasmas no existen, pero el alma de la gente que muere y le queda algo por hacer o cumplir, queda entre nosotros, y algunas personas tienen el “poder” de ver esas almas que no consiguen descansar en paz. Lía, no había hecho mucho caso a esa explicación de su madre, pero cuando ocurrió esto, se le vino a la cabeza, y decidió contárselo a Paulina y a Mirta, así que así lo hizo. Al principio Paulina y Mirta creyeron que eso era un cuento sin sentido, pero cuando empezaron a pensarlo con calma, lo creyeron, sobretodo Mirta, ya que cuando vio a ese niño, le pedía algo, bueno, o al menos intentaba decir algo, algún mensaje querría darle a Mirta.
Ella pensó en ser valiente y en intentar escuchar a ese niño que le quería decir algo, pero no era tan fácil, no se ven “fantasmas” todos los días. Lía y Paulina decidieron ayudarla y darle toda su confianza, en que no la dejarían sola en el momento en que viera a ese niño, si es que volvería a verle, porque ellas ya habían hecho suposiciones de la aparición de ese “niño”.
Y así fue, el niño apareció, y en ese momento a Mirta le empezaron a caer las lágrimas. Y grito: ¿QUE? En ese momento, se paralizo y poco a poco volvió a la normalidad, secándose las lagrimas. El niño le había hablado y le dijo: Dame la pelota que dejé bajo el arenero cuando aquel coche me quitó la vida. Ellas se imaginaban que aquel niño habría muerto en aquel parque, y empezaron a preguntar por los alrededores, para saber si algún niño había muerto allí. Efectivamente, en una de las casas de delante del primer banco, en el 1º1ª había muerto el hijo de una pareja joven, hacía un mes.
Fueron allí, y la madre les recibió muy triste cuando nombraron a un niño muerto. Ella les contó la historia: su hijo estaba jugando en el arenero y un amigo suyo que estaba en la acera de enfrente le llamó. Ella despistada, hablando con unos amigos del barrio, no vio a su hijo que cruzo la calle sin mirar, y en ese justo momento, pasó un coche que se llevo por delante al niño, Adrián. Su madre les mostró su habitación y sus juguetes, y ellas le nombraron una pelota, la madre les contó que tenia una que le gustaba mucho y que siempre la llevaba a ese parque, ella contó, que cree que se quedó en el arenero cuando atropellaron a su hijo y ni siquiera se preocupó por ella, en todo el tiempo que había pasado. No podía volver al lugar donde había estado su hijo jugando tanto tiempo.
Así que ellas se decidieron a ir a buscar esa pelota, después de estar quitando arena durante 2 horas, consiguieron ver una pelota, roja y pequeña como de goma. La cogieron y las tres sonrieron simultáneamente.
Esa noche volvieron al parque y dejaron la pelota en el cruce de la calle donde aparecía el niño. Casi pasada la media noche, como ya había pasado las dos otras veces, apareció el niño, volvieron las lágrimas de Mirta y en esa aparición, Adrián sonrió un momento y se fue. Cuando pasó todo, se dieron cuenta de que la pelota ya no estaba. Por un momento, no vieron nada más que el sufrimiento de Mirta, y Mirta, solo veía el niño, sin estar atentas a nada más. Así la pelota desapareció y el niño con ella.
Desde esa noche, vuelven al parque con toda tranquilidad, e incluso pasan por esa calle, y ven en una de las fachadas una cara sonriente que antes no se habían fijado que estaba, algo más extraño, pero que las dejaba con una sensación de tranquilidad que hacia unos días no tenían.
No pretendo asustar a nadie con esto, pero todos tenemos que pensar en que también las personas que mueren tienen derecho a descansar, y los vivos debemos respetarles como los hemos respetado en vida. A veces la última voluntad de una persona no es cumplida, eso puede provocar a que las almas de esas personas anden por el mundo de los vivos, haciéndolo pasar mal a inocentes personas que no entienden este sufrimiento.





LEYENDA DE ADRIÀ ARTERO:
En un pequeño pueblo, al norte de Liverpool, habitaba un pueblo de 200 personas llamado Stamford. En el pequeño pueblo, habitaba el párroco John, una persona muy importante para el pueblo, ya que también era el alcalde de el. Era una persona muy querida por los ciudadanos, siempre iba a la pequeña plaza con el pueblo, charlaba con ellos, etc. Un domingo, como otro cualquiera, todo el pueblo iba a hacer la misa a la pequeña iglesia. Cuando la gente iba entrando, se extraño mucho de que el párroco Jonh no estuviese ya presente entre ellos. Decidieron esperar, y al ver que no aparecía, decidieron ir a buscarlo, pero ni rastro de el.
Lo buscaron por caminos, montañas, casas, estancos.. por todos lados y ni rastro, lo dieron por desaparecido.
El pueblo estaba muy traumatizado, pero decidieron contratar a otro párroco, para que diera la misa en su ausencia.
El nuevo párroco, llamado Bill, estaba muy contento con ser el párroco del pueblo, ya que era muy tranquilo y atento.
Hasta que un dia, a Bill, se le apereció un fantasma en la puerta de la iglesia que le dijo:'' Yo soy el parroco de este pueblo, sígueme y te mostrare mi apariencia.''
Bill fue al pueblo aterrorizado y dijo:'' Este pueblo esta embrujado, aparecen fantasmas, y pasan cosas raras aquí.''
El pueblo quedo muy traumatizado al escuchar lo que dijo Bill, y lo dejaron ir por que todos dijeron que estaba loco, ya que nadie había visto algún fantasma en todo lo que llevaban viviendo allí. Decidieron coger a otra persona para que se ocupase de la iglesia. Apareció un joven, novato en el cargo, pero le dieron una oportunidad.
Cuando fue a entrar a la iglesia, se le apreció el fantasma, y le dijo lo mismo que a Bill.
El, se fue corriendo al pueblo y dijo que se le había aparecido un fantasma y que quería dejar el cargo. El joven no apareció mas en ese pueblo.
El pueblo no se creía lo que decían y fueron a mirar ellos mismo. Al entrar vieron un fantasma al fondo de la iglesia y echaron a correr todos hacia la plaza del pueblo y llamar la policía.
Cuando llego la policía y entro, no se encontraron nada, ni fantasma ni nada.
Al irse la policía, la gente del pueblo decidieron entrar para ver si había algo. Al entrar, vieron al fantasma al fondo de la iglesia que decía: ''Yo soy el párroco de este pueblo, sígueme y te mostrare mi apariencia.''
La gente del pueblo decidió seguir al fantasma. Les condujo hasta una pequeña ermita abandonada que había arriba de la montaña. Al entrar, encontraron un esqueleto humano. Llamaron a la policía para analizar el cuerpo y si, era del párroco Jonh. A él lo enterraron en la vieja iglesia del pueblo en señal de su importancia en él.
Por eso cuentan, actualmente, que en ese viejo pueblo, en la entrada de la iglesia, al entrar puedes ver una imagen de un fantasma diciéndote quien es y donde le enterraron.

lunes, 1 de noviembre de 2010

EL MONTE DE LAS ÁNIMAS

Ya que estamos en Halloween, aquí tenéis "El monte de las ánimas", leyenda de terror de Gustavo Adolfo Bécquer, ambientada en la noche de difuntos (nuestro Halloween, vamos). Leedla, disfrutadla y enviadme por mail un resumen y vuestra opinión (si os ha gustado más o menos que "Maese Pérez el organista", y por qué).
ELMONTE DE LAS ÁNIMAS
La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.
Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.

I

—Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.
—¡Tan pronto!
—A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.
—¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
—No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.
Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.
Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:
—Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.
Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.
Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.
Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.
La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.

II

Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.
Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.
Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.
Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.
—Hermosa prima —exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban—; pronto vamos a separarnos tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.
Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.
—Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has vivido —se apresuró a añadir el joven—. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte… Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía… ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar… ¿Lo quieres?
—No sé en el tuyo —contestó la hermosa—, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo… que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.
El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:
—Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?
Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas.
Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:
—Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? —dijo él clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.
—¿Por qué no? —exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre las pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro… Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:
—¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?
—Sí.
—Pues… ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.
—¡Se ha perdido!, ¿y dónde? —preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.
—No sé…. en el monte acaso.
—¡En el Monte de las Ánimas —murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial—; en el Monte de las Ánimas!
Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:
—Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir del peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche… esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas… ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.
Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:
—¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!
Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:
—Adiós Beatriz, adiós… Hasta pronto.
—¡Alonso! ¡Alonso! —dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.
A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.
Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.

III

Había pasado una hora, dos, tres; la media noche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.
—¡Habrá tenido miedo! —exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.
Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.
Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
—Será el viento —dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.
Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.
Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio.
Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.
—¡Bah! —exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho—; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?
Y cerrando los ojos intentó dormir…; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.
El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos.
Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.
Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!

IV

Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.
FIN