Queridos Papá y Mamá:
Siento haber tardado tanto en
escribiros. Espero que estéis bien. Sé que mi decisión de trasladarme
al campo no os hizo mucha gracia, pero tras un año en el frente pensé
que era lo mejor. No diré que sea fácil, pero la vida natural, la
disciplina y el trabajo duro son un gran estímulo. Al principio, lo
reconozco, temí no acostumbrarme: echaba de menos los cafés, los
restaurantes, las salas de cine... Pero vivir en el campo está
resultando muy satisfactorio.
Y tampoco he renunciado del todo a los pequeños placeres: en los días
señalados, mis compañeros y yo organizamos fiestas a las que incluso
asisten algunas chicas de la vecindad (antes de que te inquietes, mamá,
decirte que siempre me porto como un caballero). Incluso hemos formado
una pequeña orquesta para amenizar los bailes.
Cada día nos depara una nueva sorpresa. Y ahora que ya ha pasado lo peor del invierno y la primavera empieza a notarse, es un placer muy grato levantarse pronto y respirar el aire puro del bosque, la fragancia del tomillo, mientras amanece sobre las montañas cercanas. Lamentablemente, hay días en que el viento cambia y arrastra hacia nosotros el humo de las chimeneas. Pero eso ocurre muy pocas veces.
El señor Rauscher ha resultado ser un jefe admirable. Severo, pero comprensivo. No suele dar muchas órdenes, pues confía en nuestra iniciativa para que las diversas labores vayan desarrollándose a su ritmo adecuado. Aveces, es cierto, se enfada y la toma con alguno de nosotros (sí, papá, hasta ahora he cumplido fielmente con mis obligaciones y no me he ganado ninguna reprimenda). Pero el castigo siempre es justo.
Aunque debo confesar que la mayoría de problemas los causan los trabajadores. Si bien hay mano de obra suficiente y sabemos cómo hacer que rindan para que el señor Rauscher se sienta orgulloso de nosotros, en muchas ocasiones resulta verdaderamente fastidioso lidiar con ellos. La mayoría son individuos zafios, desaseados (el olor de algunos te marearía, mamá), y muchos de ellos ni siquiera saben trabajar. Eso nos obliga a veces a aplicar severos correctivos. Por suerte, los reemplazos son continuos.
Ah , papá, con lo que a ti te gustan los trenes, te encantaría ver los que llegan hasta aquí. ¡Menudas máquinas! Y menuda obra de ingeniería ha hecho falta para conseguirlo.
Hoy ha llegado otro reemplazo. Su aspecto no es tan desastrado, pero algunos son extranjeros y no comprenden bien nuestra lengua. Con ellos hay que tener todavía más mano dura (ya ha ocurrido otras veces), puesto que, además del problema del idioma, parecen no comprender la vida del campo.
Pero no voy a molestaros más con estos nimios asuntos. No quiero que penséis ni por un minuto que lo estoy pasando mal. Vine porque así lo quise. Me encanta mi nueva vida. Y no hagáis mucho caso de lo que se cuenta por ahí. No es para tanto.
Espero que Frieda esté bien. ¿Ha nacido ya mi sobrinito? Decidme que no: me gustaría tanto estar ahí cuando ocurra tan feliz acontecimiento. Escribidme pronto, por favor.
Vuestro hijo, que os quiere,
Hans
Posdata sólo para papá:
Papá, espero que te guste el reloj que te mando. Aunque tardaron mucho en llegar, en la última remesa había algunos preciosos. Creo que he escogido bien, aunque si no te gusta, dímelo y trataré de enviarte otro. Para mamá y Frieda todavía no he encontrado nada digno de ellas (había pensado en un buen abrigo de pieles, pero los que llegan están muy pasados de moda). Este domingo tengo permiso y pasaré la tarde en Weimar. Quizá allí pueda comprarles algo bonito. Para que no se pongan celosas (las conozco y ya imagino su cara cuando abras el paquete), diles que su regalo he tenido que enviarlo aparte y que está a punto de llegar.
Cada día nos depara una nueva sorpresa. Y ahora que ya ha pasado lo peor del invierno y la primavera empieza a notarse, es un placer muy grato levantarse pronto y respirar el aire puro del bosque, la fragancia del tomillo, mientras amanece sobre las montañas cercanas. Lamentablemente, hay días en que el viento cambia y arrastra hacia nosotros el humo de las chimeneas. Pero eso ocurre muy pocas veces.
El señor Rauscher ha resultado ser un jefe admirable. Severo, pero comprensivo. No suele dar muchas órdenes, pues confía en nuestra iniciativa para que las diversas labores vayan desarrollándose a su ritmo adecuado. Aveces, es cierto, se enfada y la toma con alguno de nosotros (sí, papá, hasta ahora he cumplido fielmente con mis obligaciones y no me he ganado ninguna reprimenda). Pero el castigo siempre es justo.
Aunque debo confesar que la mayoría de problemas los causan los trabajadores. Si bien hay mano de obra suficiente y sabemos cómo hacer que rindan para que el señor Rauscher se sienta orgulloso de nosotros, en muchas ocasiones resulta verdaderamente fastidioso lidiar con ellos. La mayoría son individuos zafios, desaseados (el olor de algunos te marearía, mamá), y muchos de ellos ni siquiera saben trabajar. Eso nos obliga a veces a aplicar severos correctivos. Por suerte, los reemplazos son continuos.
Ah , papá, con lo que a ti te gustan los trenes, te encantaría ver los que llegan hasta aquí. ¡Menudas máquinas! Y menuda obra de ingeniería ha hecho falta para conseguirlo.
Hoy ha llegado otro reemplazo. Su aspecto no es tan desastrado, pero algunos son extranjeros y no comprenden bien nuestra lengua. Con ellos hay que tener todavía más mano dura (ya ha ocurrido otras veces), puesto que, además del problema del idioma, parecen no comprender la vida del campo.
Pero no voy a molestaros más con estos nimios asuntos. No quiero que penséis ni por un minuto que lo estoy pasando mal. Vine porque así lo quise. Me encanta mi nueva vida. Y no hagáis mucho caso de lo que se cuenta por ahí. No es para tanto.
Espero que Frieda esté bien. ¿Ha nacido ya mi sobrinito? Decidme que no: me gustaría tanto estar ahí cuando ocurra tan feliz acontecimiento. Escribidme pronto, por favor.
Vuestro hijo, que os quiere,
Hans
Posdata sólo para papá:
Papá, espero que te guste el reloj que te mando. Aunque tardaron mucho en llegar, en la última remesa había algunos preciosos. Creo que he escogido bien, aunque si no te gusta, dímelo y trataré de enviarte otro. Para mamá y Frieda todavía no he encontrado nada digno de ellas (había pensado en un buen abrigo de pieles, pero los que llegan están muy pasados de moda). Este domingo tengo permiso y pasaré la tarde en Weimar. Quizá allí pueda comprarles algo bonito. Para que no se pongan celosas (las conozco y ya imagino su cara cuando abras el paquete), diles que su regalo he tenido que enviarlo aparte y que está a punto de llegar.
DAVID ROAS, Distorsiones, Páginas de Espuma, Madrid, pp. 41-43.
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